Partimos al amanecer, entre niebla y frescor, (hay una ola de calor atravesando Galicia) por un trayecto sembrado de caseríos de piedra que dan la impresión que han estado ahí desde el inicio de los tiempos.
En principio, la comunicación con otros peregrinos se limitaba al saludo de "Buen Camino", pero a medida que pasaba la distancia se iban formando pequeños grupos en los cuales se compartía desde experiencias del Camino hasta asuntos de vida, pasando por política, comida, familia, trabajo....y demás hierbas. Estas conversaciones ayudaban a sobrellevar lo arduo y quebrado del tramo, pues de alguna manera nos olvidábamos de lo que duele caminar tanto.
Conocimos a Santiaga y Fernando, de Jaén ; a Ángel y Rufino, los "tíos" del Camino.
Los últimos dos kilómetros en bajada fiera fueron los más largos. No solo duros, sino que al llegar a Portomarín encontramos una escalinata para llegar al pueblo. La mejor táctica es ver al suelo y no hacia arriba. Lo logramos.
Solo queda descansar, bañarse, cenar y prepararse para el día siguiente.
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